21 de mayo de 2011

Material quirúrgico






Quedé con el en un conocido centro comercial, a las 2 de la tarde. Era un miércoles, y a esas horas no había apenas gente.
Llegué antes, (todavía me asombro de lo puntual que llego a ser), y esperé en la entrada de los cines.
Habíamos estado juntos por primera vez hacía ya mas de un mes. Yo todavía no tenía muy claros mis sentimientos. No se si me gustaba, si me encantaba, si necesitaba la paz que me otorgaba su dulzura, o si sólo quería follar con él.
Pero cuándo le vi aparecer a lo lejos, lo supe. Me gustaba mucho, quería su dulzura y quería estar entre sus brazos y que las pocas horas que íbamos a disfrutar los dos, no acabaran nunca.

Me saludó con un beso en la mejilla. Me sorprendió bastante, aunque supuse que era por su timidez y porque a muchas personas no les gusta exhibir muestras de amor en público. ¿Amor? ¿he dicho amor?.
Bajamos al parking, el cogió su coche y yo el mio. Le seguí hasta que paró en la puerta de un supermercado. Bajamos y mientras él fue a comprar los ingredientes para la comida, yo fui a escoger un buen vino. No me costó mucho encontrar uno que nos pudiera gustar a los dos. Un Rioja, potente, afrutado y bastante caro.

Subimos en ascensor hasta su casa, un tercer piso, creo recordar. La casa es grande para un soltero. Una cocina enorme, amueblada en una melamina de alto brillo, encimera de Silestone y unos electrodomésticos de acero inoxidable. El salón, con un sofá amplio y un mueble minimalista, en el que destacaba un televisor de plasma.
La habitación ya la conocía también. Sencilla y acogedora. Tan sólo tenía un futón y dos mesillas de noche. La luz que entraba por la ventana era tenue, incluso me atrevería a decir que un poco lúgubre.

Mientras yo dejaba mi bolso en la mesa del salón, vi de reojo como se acercaba a mi por la espalda. Yo ya estaba preparada, y aún así, el contacto de sus manos sobre mi cintura fue estremecedor. No me di la vuelta, no quería mirarle, quería dejarle hacer mientras yo esperaba ansiosa sus caricias. Empezó a besarme en la nuca, mientras sus manos iban subiendo despacio hasta mis pechos. Tocó mis pezones que estaban duros y erectos, necesitaban salir del sujetador, pedían a gritos atravesar mi camiseta. Cogió mi barbilla, y echó mi cabeza hacia atrás. Lamía mi cuello, a veces mordía, a veces besaba.

Bajó su mano desde mis pechos hasta mi pubis. Metió la mano dentro de mi falda y de mis bragas. Al notar mi excitación, empezó a ponerse más violento. Sus manos ya no palpaban con delicadeza, eran bruscas, buscaban mi vulva con prisa, con ansia, con rapidez. Sus dedos entraron en mi vagina que ya estaba abierta para recibirlos. Uhmmmmm... ya no quería sus dedos, yo quería su lengua, quería su polla, quería que me destrozara entera. Con fuerza, rabia, violencia.
Tal y como estábamos, fuimos andando hasta su habitación. Allí de pie, los dos frente a la cama, empezamos a besarnos. Su lengua se movía ágil, buscando la mía, lamiendo mi paladar, mis dientes, mis labios. La saliva recorría mi barbilla. Los dos húmedos, los dos sincronizados, caímos sobre la cama.
- Nena, date la vuelta- me dijo.
- ¡Mi postura favorita!- pensé yo.

Deseando que me la clavara, me puse a cuatro patas sobre la cama. Baje mis hombros hasta poder apoyar mis codos, y abrí bien mi coño, dispuesto a recibirle.
Giré un poco la cabeza para poder verle. Me miraba fijamente mientras se quitaba la ropa. Su polla era perfecta, unos 20 cms de larga calculé, y con un grosor considerable, pero no grotesco. Acarició mi coño y se lamió los dedos. Se cogió la polla y me mostró el glande. Me habría dado la vuelta y se la hubiera comido sin parar, pero no era eso lo que él quería.

- Vas a ser mi putita, ábrete más-

Puso sus manos sobre mi culo y empezó a frotar su polla en mi coño. Yo deseaba que la metiera ya, que me cubriese entera, pero me hizo esperar y sufrir un poco más. La metió un poco, - lo justo para volverme loca- y la saco muy despacio. Volvió a hacer lo mismo unas pocas veces. Yo gemia, mientras apretaba mi cara contra una almohada.
¡Oh! Cuándo entró dentro de mi por completo, quise gritar, pero no lo hice, solamente reí.

- No te voy a comer el coño, quiero que lo sepas. Pero te voy a follar hasta que mi polla te salga por las admigdalas -.
- ¡Que barbaridad! ¡Si no la tiene tan larga!. Seguro que me destroza- me dije.

Una brocheta de pavo fui. Mi coño estaba tan húmedo que entraba y salia sin dificultad. Las embestidas fueron deliciosas a la par que rudas. Sujetaba mis caderas mientras me follaba una y otra vez, la clavaba hasta el fondo de mi ser. El orgasmo fue largo e intenso. Sacó su verga, y se corrió sobre mi culo. Notaba el líquido espeso resbalando hacía mi ano, que también estaba preparado por si quería correrse dentro.
Pero ahí terminó.
Ahí estuvimos tumbados en la cama, fumando un porro durante un buen rato. En silencio, abrazados. Yo pensaba que había sido un polvo excelente, y apuesto a que el sentía lo mismo.
Dejé que recuperara fuerzas, y yo, que soy de las que quieren marcha sin parar, me subí encima de él, y cabalgamos juntos. Otro polvo sublime.
Volvimos a descansar, a fumar otro petunio, y a dejarnos llevar por el placer sentido y compartido.
Descansa otro poquito, venga que hoy vamos a triunfar los dos.
Me comió el coño, con avidez, con ganas, vamos... como se tiene que comer un coño. Me corrí en su boca, y directamente pase a hacerle una mamada gloriosa. Lamí su glande, metiendo mi lengua por cada pliegue, y le masturbé hasta que se corrió. Yo tragué todo su semen, notaba como me escocía mucho la garganta, pero era mio. Tuve mi premio por portarme bien.

Adoro esa polla. Me gustaría cortársela y conservarla en un tarro, con formol. Sacarla de vez en cuando y masturbarme con ella.
Estoy deseando verle de nuevo.

¿Alguien me presta material quirúrgico?